- Introducción.
- 1
- ¿Cómo puede haber algo después de la muerte?
Si el cuerpo está muerto ¿cómo queda algo de nosotros?
- 2
- Las objeciones de aquellos que creen que no hay nada más
después de la muerte, los « materialistas »
- 3
- En el corazón del hombre, ¿no hay un temor secreto delante
del misterio de Dios y de la eternidad?: temores y heridas de los
ateos.
- 4
- ¿Pero la reencarnación no es también una vida
después de la muerte? ¿Es posible tener varias vidas sucesivas?
- 5
- La vida eterna ¿qué es? ¿Cómo viviremos
nosotros? ¿Qué relaciones podremos tener con quienes están
en el cielo?
- 6
- ¿Qué podemos hacer por aquellos que están muertos?
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Enjugará
todas la lágrimas de sus ojos:
¿la muerte?, ya no habrá más muerte,
porque el mundo viejo ya se fue.
Apocalipsis
de San Juan, c. 21, v. 4 |
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INTRODUCCION.
Hay una vida
después de la muerte? Es una pregunta que todos se hacen. Quizás
no hoy... pero algún día, necesariamente. Tal vez mañana,
debido a alguien cercano, a una amiga que se está yendo para
siempre. Y esa hora, también vendrá para nosotros.
Algunos dicen:
« Quizás haya algo, ya veré cuando esté
allá. ¿ Porqué preocuparme hoy? »
Otros pasan toda
su vida preparando ese encuentro con el más allá, preparando
la eternidad, ya que tanta importancia tiene.
Pero sin duda
todos nosotros sentimos repulsión al pensar en la muerte, ya
que estamos hechos para la vida. Por eso es muy útil aclarar
lo que sabemos de la vida después de la muerte.
Entre todas las
respuestas tan diferentes que se nos proponen... ¿cual creer,
en quién creer? Los materialistas, los « ateos »,
dicen « todo termina con la muerte, solamente el mundo sigue
girando ».
Los partidarios
de la reencarnación dicen « Hay varias vidas sucesivas,
hasta que lleguemos a ser El Gran Todo y que no respiremos más
la vida (nirvana) ».
Los judíos,
los musulmanes y los cristianos creen que después de esta vida
hay una vida eterna de felicidad junto a Dios. Los cristianos, particularmente,
dicen que resucitaremos con nuestro cuerpo, como Jesucristo.
En este folleto
daremos un claro resumen de esas preguntas y de las respuestas que
podemos dar legítimamente.
Jesús
dijo: Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no
se han fijado en esto que Dios les ha dicho:
« Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob? »
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
(Evangelio
de San Mateo, Cap.22, v.31 y 32) |
1
- ¿Cómo puede haber algo después de la muerte?
Si el cuerpo está muerto ¿cómo puede quedar algo
de nosotros?
Efectivamente
la primera pregunta es para saber como podemos continuar en una especie
de vida si nuestro cuerpo está muerto y que está allí
bajo tierra; pronto ese cuerpo desaparecerá, todos sus elementos
se perderán en la tierra o en el aire.
Varios libros
han hablado estos últimos años de experiencias de «
vida después de la muerte ». Médicos norteamericanos
han publicado tesis sobre ese tema.
Según
los testimonios recogidos en esos libros ciertas personas enfermas,
a menudo en fase post quirúrgica, en estado muy crítico,
murieron y eso constatado biológicamente. Después de
cierto tiempo, se les ve retornar a la vida. Esas personas han sido
interrogadas afin de saber lo que sintieron durante ese tiempo en
el que aparecían como muertas. Y lo asombroso es que hay una
gran similitud entre todos esos casos. Generalmente esas personas
experimentaron una existencia « fuera del cuerpo »,
al que podían contemplar como espectadores. Lo que relata la
mayoría de aquellos que vivieron esta experiencia es que tuvieron
una confrontación con un ser luminoso y misericordioso. La
imagen y la identidad de ese ser varía, pero es tanto más
precisa cuanto las personas son poco o nada creyentes. Sin embargo
la confrontación con un juicio misericordioso, con una bondad,
parece ser la misma.
No obstante hay
que reconocer, sea cual fuera el interés y el valor de esos
testimonios, que se refieren a una experiencia « en las fronteras
de la vida y de la muerte ». En efecto, todas esas personas
comenzaron de nuevo a vivir como nosotros y es por eso que ellas pueden
hablarnos. Así podemos pensar que el Ser misterioso de ese
encuentro « quizás les ha dado una advertencia, una
interrogación, una nueva oportunidad, un estímulo para
vivir la bondad y el bien; pero se trata de la reanudación,
de la continuación idéntica de la misma vida que esas
personas tenían antes entre nosotros ».
A pesar de ello
quizás hay algo que debemos aceptar de esos testimonios: en
los límites extremos de la vida corporal ¿puede manifestarse
de forma más patente que nuestro cuerpo no constituye todo
en nosotros, que una pizca fina de nuestro ser es capaz de interrogarse
sobre su cuerpo, sobre su vida, sobre su destino? ¿Es
el alma?
Esa es una pregunta
esencial. Al contrario de lo que creen los materialistas, veremos
por que razones, expresadas o no, no hay duda de que nuestra existencia
« material, biológica » no puede expresar
todo de nosotros mismos. No es lógico restringir a los límites
propios de la biología, ni a nuestra vida en lo que ella tiene
de más profundo, ni a nuestras verdaderas aspiraciones, ni
al sentido que tenemos de un destino final. No es tan difícil
comprenderlo. Tomemos un ejemplo:
Un hombre puede
amar a una mujer con su cuerpo. Pero no es cierto decir que él
puede amar solamente con su cuerpo. Aquellos que limitan el amor al
cuerpo son menospreciados. El verdadero amor va más allá,
es más profundo. Y es más duradero. Amar de verdad,
es amar no sólo con todo su cuerpo, sino también con
todo su corazón, con todas las potencias del alma. Es amar
al otro por él mismo. Es querer su felicidad más que
nada. Es olvidarse de uno mismo para amar, y es amar para siempre.
Sí, «
el amor es más fuerte que la muerte » ( Del
libro « El Cantar de los Cantares » de la Biblia)
y nos invita más allá.
La felicidad
también. El hombre está hecho para la felicidad: ¿cómo
podríamos ser desdichados si no tuviéramos ninguna idea,
ningún deseo de felicidad? Y si nos sentimos felices ¿qué
deseamos? no solamente que continúe la ocasión que
nos ha procurado la felicidad, sino que el hecho de ser felices
dure siempre, sea cual sea la razón. Así hay algo
en nosotros que va más allá que el cuerpo, algo que
está hecho para desear una felicidad sin fin, es lo que los
cristianos -y muchos otros- llaman alma.
Y la muerte es
un obstáculo. Hemos sido creados para ser felices, deseamos
una felicidad eterna, que no termine con la muerte.
Esa felicidad
sin fin la deseamos todos, para nosotros mismos y para aquellos que
amamos, porque tenemos un alma no nos consolamos con la muerte,
tenemos como un deseo natural, irreprimible de eternidad; el
alma no está hecha para desaparecer bajo tierra.
2
- Las objeciones de aquellos que creen que no hay nada más después
de la muerte, los « materialistas »
Tienen en ellos
mismos objeciones exteriores y otras de orden interior: unas son razonamientos
objetivos, que se pueden discutir, las otras son reacciones interiores,
heridas o temores internos completamente personales. No siempre se
tiene conciencia de ello, pero es posible calmarlas y sanarlas cuando
esas heridas se ponen en evidencia.
La objeción
principal de los materialistas es simple, pues declaran que no hay
nada fuera del mundo físico (físico-químico),
ese mundo que podemos observar con los sentidos y medirlo. Y lo creen,
como otros creen en Dios, lo que es bastante asombroso.
Esa objeción
pretende ser « científica » y efectivamente
es la opinión de los partidarios del « cientismo
».
Esos cientistas,
en la segunda mitad del siglo diez y nueve y en la primera mitad del
siglo veinte, decían que sólo creían en la ciencia
y así impresionaban a la gente poco instruída valiéndose
de la ciencia. Estaban persuadidos de que el método científico
podía explicar todo. Rechazaban como irracional cualquier otra
fuente de saber, de conocimiento o de sabiduría.
Fuera de las
ciencias el resto eran pamplinas, pompas de jabón. Un poco
como si un especialista de griego declarara que todo lo que no esté
escrito en griego no tiene ninguna significación. Como al alma
no se la podía ni medir ni calcular con una ecuación,
entonces deducían que el alma no existía.
Esas teorías
materialistas son llamadas « reduccionistas » porque reducen
al hombre a cantidades, a cálculos, a reacciones químicas,
a esquemas fisiológicos.
La mente, el
amor, la vida están reducidas a ser solamente la « superestructura
» de reacciones físico-químicas.
De esta manera,
los cientistas no eran menos susceptibles que los otros de emitir
prejuicios « anticientíficos » para proteger sus
teorías. Así los adversarios del gran Pasteur, el científico
que descubrió los microbios y las vacunas, creían en
la generación espontánea. ¿Porqué? No
por verdaderos motivos científicos, sino por ateísmo,
porque pensaban: si no hay generación espontánea de
los animales en el medio en el que se los encuentra de costumbre,
tendremos que creer en la Creación y en el Creador.
Por otro lado
el mismo Pasteur, tan exigente en materia científica, creía
en la existencia del alma y en la eternidad. El agradecía a
Dios por sus descubrimientos (por ejemplo en su discurso para la inauguración
del Instituto Pasteur). Y escribió, a propósito de la
muerte de uno de sus hijos, la más bella declaración
de esperanza: la de volverse a encontrar en la eternidad. Porque esa
es la cuestión. Y está completamente fuera de la química,
de la astronomía o de la física: mi hijo, que está
muerto ¿está absolutamente muerto? ¿Para siempre?
¿O participa
o participará de una felicidad viva en la que podré
encontrarle y contemplar de nuevo su sonrisa? ¿Las promesas
de Dios son tan absurdas?
«
Supo agradar a Dios, que lo amó y, porque vivía
entre los pecadores, Dios se lo llevó... Alcanzó
la perfección realizando una larga carrera en poco tiempo.
Su alma era del agrado del Señor, por eso lo sacó
pronto de su ambiente corrupto. Los justos viven para siempre
y su premio está en las manos del Señor ».
(Libro
de la Sabiduría - C.4, v.10, 13 y 14 C.5, v.15) |
3
- En el corazón del hombre, ¿no hay un temor secreto delante
del misterio de Dios y de la eternidad?:
temores y heridas de los ateos.
Muchos de nuestros amigos ateos o de las personas que dicen que no
hay nada después de la muerte tienen objeciones de otra naturaleza
que la de decir « nada existe fuera de las ciencias físicas
». Sus dificultades para creer en la vida del alma y en
la eternidad del cielo, pueden ser de orden muy personal. Son preguntas
que conciernen la libertad, la moral, la justicia, el amor por los
otros, nuestra historia personal. Trataremos de demostrar que esas
preguntas son verdaderas cuestiones, pero que a menudo están
mal presentadas, debido a nuestra historia personal.
Entonces no podemos tener la respuesta correcta; la rechazamos de
antemano porque tenemos miedo. No queremos escuchar, por temor a escuchar
algo que nos hará daño; nos tapamos los oídos.
Y sin embargo, si escucháramos la verdadera respuesta ¡qué
alegría, qué alivio!
Hay ateos que no pueden aceptar la idea de que haya una vida eterna
(yo conocí algunos personalmente) porque su padre, su madre,
su amiga, su marido... murió aparentemente descreído.
Entonces piensan: esa persona amada, admirada, no podrá ir
al cielo con Dios, si hay uno, porque no creía. O quizas, esa
persona ha hecho cosas que no están de acuerdo con lo que imagino
que debe ser la moral como lo manda Dios. Prefiero de todos modos
que no haya Dios ni vida eterna, pues sino estarían excluidos,
y eso sería demasiado triste.
Pero a eso el Evangelio (Es decir la « Buena Nueva
») de Jesucristo responde:
«
Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible
».
(Evangelio según San Mateo, C. 19, V. 26)
«
Dios quiere que todos los hombres se salven ».
(San Pablo, 1a. Carta a Timoteo, C. 2, V. 4)
«
Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Unico
para que todo el que crea en El no se pierda, sino que tenga vida
eterna ».
« Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar
al mundo, sino que por El pueda salvarse el mundo ».
(Evangelio según San Juan, C. 3, V. 16 y 17) |
Así
nosotros podemos creer con seguridad que Dios es un Dios de bondad,
de misericordia. A aquellos que le ignoran de buena fe, El está
dispuesto a abrirles las puertas de la salvación. El mira antes
que nada su rectitud. Basta que su corazón, el fondo de su
alma diga sí a su misericordia. Esto es evidente en el Evangelio
cuando Jesús muere sobre la cruz, al lado de dos bandidos que
han sido igualmente crucificados. Y uno de ellos se dirige a Jesús
y muestra su piedad hacia El diciendo :
«
Nosotros lo tenemos merecido y pagamos nuestros crímenes, pero
El no ha hecho nada malo » y añade « Acuérdate
de mí cuando llegues a tu Reino »
Y Jesús
responde : « En verdad te digo que hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso ».
Esto es lo que
podemos pedir a Dios para tal o tal persona querida que murió
sin haber conocido, aparentemente, a Dios : que como el buen ladrón,
la inocencia de Dios la conmueva en el momento de encontrarlo, y que
pida entonces que Jesucristo se acuerde de ella en su Reino.
Y así Dios, para quien nada es imposible, hará que nuestro
amigo pueda entrar al Paraíso.
En el momento
de la muerte, en el último cara a cara de la persona, un momento
del que no somos testigos, Dios, que es todo amor, se revela de una
manera particular como el Amor, la Misericordia. Entonces todos los
temores hacia Dios, las falsas imágenes de Dios se desvanecen
como nubes expulsadas por la tormenta. El amor, el verdadero rostro
de Dios en Cristo, aparece como al buen ladrón.. Y entonces
sólo basta decir sí al Amor de Dios.
El hace lo demás.
Por lo que se
refiere a nosotros, que estamos vivos, quizás tengamos hoy
temor de Dios justamente porque tenemos una imagen falsa. Por ejemplo,
debido a la moral. ¿Tengo que abandonar hoy tal cosa que me
gusta por una felicidad futura que no conozco? ¿Dios quiere
imponerme cosas austeras para mostrarme su poder? ¿El es verdaderamente
un enemigo de mi felicidad? ¿Quiere transformarme en un esclavo?
La respuesta es la misma que ya dimos más arriba:
« Si
Dios dio a su Hijo para que yo tenga la vida eterna, si El me ama
aunque yo no lo conozca, aunque no le ame, aunque quizás lo
combato, si El me ama hasta ese extremo ¿por qué temería
yo que El desee para mí otra cosa que la felicidad? »
Nosotros podemos
tener dificultades en comprender. Entonces... ¿por qué
no le pedimos, en nombre del amor que El nos declara, que aclare esas
dificultades?
El Dios de Jesucristo
no me impone su amor. El vino entre nosotros como un niño en
Navidad, muy débil, impotente. ¿Era para humillarnos?
Ese amor El no lo impone, lo propone; lo mendiga. El sólo espera
de mí una respuesta libre y aún si yo no comprendo todo
inmediatamente puedo comenzar a mirarlo de otro modo. En mi espíritu,
poco a poco, van a borrarse las imágenes falsas que yo tenía
acerca de Dios. Su propósito no es impedir mi felicidad en
esta vida. El va a mostrarme los caminos de una felicidad que va más
allá, que me satisfará completamente. Una felicidad
que corresponde a los deseos más profundos de mi ser.
Entonces podré
descubrir a ese Dios de amor y aceptar sus promesas extraordinarias.
En la alegría y la libertad, sanado de mis heridas profundas,
tendré ganas de decirle : sí, te quiero amar con toda
mi alma. Depositaré a tus pies todo lo que anda mal. Recibiré
con alegría tu perdón que me dejará como nuevo.
Y entraré en una nueva esperanza, un sentido del amor por el
que me sentiré dispuesta a cambiar algo en mi vida.
4
- ¿Pero la reencarnación no es también una vida
después de la muerte?
¿Es posible tener varias vidas sucesivas?
Hoy en día
muchas personas dicen que creen en la reencarnación. A menudo
no saben con certeza lo que eso significa, pero eso parece más
moderno.
¿Porqué
algunos están fascinados por esta idea de la reencarnación?
¿Qué valía tiene esta idea?
Hay dos demandas
profundas en esta atracción por la reencarnación.
1 -
Siento dentro de mí que mi vida profunda no ha sido hecha
para detenerse. La nada me repugna. Es necesario que de alguna manera
mi vida, mi ser, dure más allá de la muerte, en cierta
forma de vida. De hecho, lo que se busca bajo el nombre de reencarnación
es la eternidad. Pero, ¿la teoría de la reencarnación
es una buena respuesta, es el camino que lleva hacia la verdadera
felicidad?
2 -
La gente siente bien que no se puede ir así al Paraíso.
Tanto unos como otros tenemos conciencia de que necesitamos ser
purificados. ¿Acaso no hemos sido un día más
o menos cómplices del mal que reina en el mundo, con un mal
que hemos cometido?
Las doctrinas
de la reencarnación sugieren que de vida en vida (recomenzadas
sobre la tierra) iremos purificándonos y liberándonos
del mal que tenemos en la piel. Esta idea es profunda y respetable.
Pero... la solución que propone al problema ¿es válida?
( La idea de que el alma pasa de un cuerpo a otro de forma independiente
reduce al cuerpo a ser sólo una prisión de paso. En
realidad el cuerpo es el carnet de identidad del alma. El alma existe
solamente gracias al cuerpo que le da su imagen y del que ella es
la vida espiritual. Cada uno de nosotros es una persona única
con una alma única, un cuerpo único, una historia única,
una eternidad única.)
Sin embargo,
la reencarnación no es la vida eterna.
La reencarnación,
sea cual sea la teoría que se sigue (y son muchas: doctrinas
orientales, nueva era, budismo del pequeño vehículo
« hînayâna » o del gran vehículo «
mahâyâna »), no es verdaderamente la vida eterna.
Es una suma de pequeñas vidas, siempre con los límites
de la vida de aquí, hasta que de repente no haya más
vida, « el nirvana ».
La felicidad
propuesta al final del camino, ¿no es una felicidad extraña?
Si admitimos la etimología de la palabra nirvana, el estado
final después de las reencarciones, es una ausencia de soplo,
de respiración. Esta purificación por vidas sucesivas
consiste a despegarse del deseo de los bienes materiales, del poder,
de los sentimientos y de las relaciones con los otros, de la amistad.
Y también de todos los lazos con la vida misma, no pensar más,
no respirar más. Así uno llega a confundirse con el
universo, con el gran todo. No hay más movimiento, más
pensamientos, más amor. No hay más identidad, ni personalidad.
¿Esa es
la felicidad a la que aspiramos: para ser Todo: no ser más
nosotros mismos?
Al contrario,
en la Resurrección viviremos nosotros mismos,
para siempre. En compañía de Dios Vivo y de todos aquellos
que viven con El en su amor y en su felicidad que El nos da. Nosotros
hablamos con El. Seguimos amando a quienes están sobre la tierra
y oramos para que accedan a la misma felicidad.
Los problemas
de la purificación con las reencarnaciones.
El otro aspecto
de la reencarnación es el modo de purificación que propone:
con vidas sucesivas subiremos o bajaremos la escala que conduce del
mal (la materia) al bien (el Todo inmaterial e impersonal).
Asi la vida corre
peligro de perder mucho de su propio valor: por un lado se evacúan
los problemas para, más tarde, en otra vida hipotética,
tratar de hacer mejor. Eso es irresponsable, ya que no se toma en
serio a la vida: como no es seguro de que nada se decida ahora, entonces
nos desquitaremos en otra vida.
¡Si fuese
verdad! ¿Porqué no buscar la felicidad de la
vida para siempre, desde ahora? ¿ Que extraño
enemigo del hombre y de la grandeza de su destino le insuflan esta
anestesia? ¿Le quitan el sentido y el valor de su vida?
¿Habrá siempre que repetir curso?
Por otra parte,
medimos mal los daños que a veces causa esta doctrina: si en
mi vida actual cargo con el peso de las culpas de una vida anterior,
estoy pagando por una vida de la que no tengo ningún recuerdo.
En la que yo tenía el cuerpo de otra persona o de un animal.
¡Qué culpabilidad pesa sobre mí y cuantos esfuerzos
tengo que hacer! Tengo que acumular vida sobre vida para poder volver
a subir la escala.
¿No habrá
nadie que pueda ayudarme? ¿En que puedo apoyarme para llegar
a ser bueno y parar de una vez esta cadena fatal?
Las promesas
de Dios Vivo son completamente distintas. Sí, Dios nuestro
Padre nos quiere buenos y perfectos. Pero El sabe de qué estamos
hechos. Dios es amor, don y perdón. No exige
vidas y más vidas. El envía a su Hijo para perdonarnos,
purificarnos, hacernos acceder al bien, El... la fuente de todo bien.
Nos da su propia vida y su propia bondad. Por su misericordia El nos
separa de lo malo y de lo imperfecto, y nos da acceso a la vida verdadera.
El respeta nuestra
libertad y la toma en serio. Ama nuestra libertad y nos la ha dado
para que podamos amar. Y si libremente decimos sí a su mano
tendida, sí a su amor, es para siempre que entraremos en la
vida.
5
- La vida eterna ¿qué es? ¿Cómo viviremos
nosotros?
¿Qué relaciones podremos tener con quienes están
en el cielo?
Imaginamos a
veces que la vida después de la muerte es como en el cementerio:
un descanso silencioso largo, muy largo y monótono.
Un día
un niño de cinco años preguntaba: « ¿En
el cielo todos viven en sus camas? » El decía eso
porque había entendido que la tía que había visto
enferma en su cama estaba ahora en el cielo. Entonces le explicaron
que en el cielo ya no hay ni enfermedades ni muerte, que se está
más Vivo que antes.
Quisiera dar
aquí un testimonio personal. Mi esposa y yo perdimos un niño
de seis años de edad llamado Dominique. Mi padre, su abuelo,
estaba muy triste. Algunos días después del accidente
él se despertó durante la noche, llorando de tristeza.
Entonces escuchó una vocecita que le decía: «
No llores, abuelo ». El volvió a dormirse, pero
por segunda vez se despertó llorando. Y escuchó la misma
vocecita que reconoció como siendo la de Dominique. Y más
tarde, por tercera vez, la voz le dijo: « No llores abuelo,
¡si supieras que feliz soy! ». Y esta vez el abuelo
vio desaparecer su tristeza.
A veces también
sucede, con la autorización de Dios, que un ser querido desaparecido
nos haga sentir de cierta forme su presencia, su intercesión
por nosotros delante de Dios, ya que quienes están cerca de
Dios no están inactivos. Están Vivos, como Dios
está Vivo. Ellos contemplan sin cesar la faz de Dios
y se maravillan. E interceden sin cesar por aquellos que avanzan en
la tierra. Es como una gran cadena de solidaridad. Y es porque ellos
están cerca de Dios, porque ellos tienen el corazón
vuelto hacia Dios, que reciben de El, por amor, la posibilidad de
orar por nosotros, de pedir para nosotros la luz y la ayuda de Dios,
de hacernos un signo mediante la gracia de Dios para orientarnos hacia
el camino de la Vida, hacia Jesucristo que es « el camino, la
verdad y la vida ».
Pero no es
cuestión de interrogar a los muertos para utilizarlos, apartándonos
del cielo y de Dios, para ejercer por ejemplo la adivinación
o la predicción. Esa relación con los muertos, considerados
como muertos para « utilizar sus espíritus » es
una forma de culto idolátrico, es decir alejado del verdadero
Dios. Eso se llama nicromancia, espiritismo, etc... y es peligroso.
Puede alterar nuestras facultades y conducirnos a actos lamentables
y hasta muy malos.
Al contrario,
para aquellos que están cerca de Dios, todo lo que hubo de
bello, de bueno en sus afectos terrestres, se transfigura, se aumenta
en la vida divina. Y todo lo que no era justo se purifica, se ajusta
al bien, y entonces se ama con un amor perfecto a todos aquellos a
quienes se conoció. Y con Dios, se quiere su felicidad, le
piden a Dios que les dé la misma felicidad en la que ellos
han entrado.
Nuestros
cuerpos resucitarán.
La plenitud de
la vida no concierne solamente a la vida. Jesús en el Evangelio
nos anuncia la resurrección de los cuerpos:
«
Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá. El que vive por la fe en mí, no morirá
para siempre »
(Evangelio según San Juan, c. 11, v25
y 26.)
Cristo resucitó
con su cuerpo. Sus discípulos vieron las llagas de sus manos,
de sus pies y de su costado. El comió y bebió con ellos.
Pero El no prosiguió el curso de su vida terrestre. El resucitó
con un cuerpo de gloria. Desde hace 2000 años los cristianos
son sus testigos.
Nosotros también,
en las postrimerías, resucitaremos con un cuerpo transfigurado,
un cuerpo de gloria.
San Pablo, en
su primera carta a los Corintios (C. 15, v. 35 a 53) explica que será
el mismo cuerpo -la misma persona- pero como una semilla que va a
crecer, nuestro cuerpo, unido entonces a nuestra alma, no vivirá
más de la vida terrestre sino que, transfigurado, vivirá
en la Vida de Dios; es lo que llamamos en forma gráfica el
cielo.
« Y
si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre
los muertos está en vosotros, El que resucitó a Jesús
de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos
mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita
en vosotros ».
(Carta de San Pablo a los Romanos, c. 8, v. 11)
Aquí vemos
que no hay disolución en el universo, en el gran todo, como
piensan los reencarnacionistas, porque ellos no conocen las promesas
de Dios. Es Dios quien nos da de nuevo la vida perfecta, y nosotros
continuamos siendo nosotros mismos, con nuestra propia identidad.
Verdaderos colaboradores de Dios, invitados a su mesa como a un banquete.
El enjugará cualquuier lágrima de nuestros ojos, según
la frase del Apocalípsis que ya hemos citado.
Pero esa
vida eterna, podemos comenzar a vivirla desde ahora en cierta forma.
Ya que Dios se da a conocer durante esta vida. Es por eso que podemos
descubrirle, escucharle, acogerle. ¿Cómo? Mediante la
lectura del Evangelio, de la palabra de Dios, con la vida de los «
sacramentos »: El Bautismo, gracias al cual nacemos a la vida
divina. La Eucaristía, es decir la misa, en la que recibimos
a Dios en la hostia; Dios quiere alimentarnos con su propia vida,
con su amor vivificante, con su Espíritu Santo. Y también
la Reconciliación, en la que pedimos perdón por nuestras
culpas, « nuestros pecados » contra el amor de
Dios y de los otros. Y en la que Dios, mediante el sacerdote, sopla
su perdón sobre nosotros y nos purifica. Y también tenemos
los sacramentos del Matrimonio, de los Enfermos y de la ordenación
de los sacerdotes.
En la oración
también recibimos, en nuestra vida actual, la vida eterna.
Dios, si le concedemos algo de nuestro precioso tiempo, viene ya a
hacer su morada en nuestro corazón y a abrirnos a las cosas
de allá arriba.
Entonces nuestra
vida de casados se transforma: amamos con un amor renovado. Nuestras
relaciones con los otros cambian: los observamos con otra mirada,
una mirada de amor y de esperanza. Eso es la caridad: Dios viene a
nuestro interior y nosotros hacemos obras de amor.
Nosotros conocemos
la alegría, porque tenemos esperanza.
«
Tú nos has hecho para ti, Señor,
y nuestro corazón no tendrá sosiego
hasta que no more en Ti »
San
Agustín. |
6
- ¿Qué podemos hacer por aquellos que están muertos?
En el credo,
ese compendio de lo que creen los cristianos desde hace 2000 años,
decimos « Creo en la comunion de los Santos ».
Eso quiere decir que hay una gran relación entre todos aquellos
que están en el cielo cerca de Dios, « los santos
», y nosotros que vivimos en la tierra.
Los «
Santos », hay que especificarlo, no son solamente aquellos
que fueron declarados como tales por la Iglesia y a quienes se denomina
como santos canonizados. Los santos del calendario. Todos aquellos
que murieron diciendo Sí al amor de Dios están con El,
a veces después de una purificación, y son «
Santos ».
Pero para entrar
en el fuego del amor hay que estar ardiente, consumirse de amor. Es
por eso que, si necesitamos ser recalentados con esa purificación,
debemos pasar por lo que se llama el Purgatorio. Y nuestras oraciones
pueden acelerar esta marcha hacia el amor. Para Dios, el tiempo no
existe. Si hoy pensamos en uno u otro de nuestros difuntos y oramos
por él, Dios ya ha visto nuestra oración.
La mejor de las
oraciones consiste en ofrecer una misa y asistir, si es posible. Pero
todas nuestras pobres palabras tienen un gran poder para nuestros
amigos difuntos: tocan el Corazón de Dios.
Señor.
Hé aquí la ofrenda que te presentamos nosotros,
tus servidores y tu familia entera: en tu bondad acéptala.
Danos la paz en nuestras vidas, aléjanos de la condenación
eterna y recíbenos entre tus elegidos.
(Oración
de la misa) |
También
hay que orar mucho por quienes van a morir, es el momento en el que
vamos a decir sí o no al amor.
Oración
a la Virgen María
Dios te
salve, María, llena eres de gracias, el Señor está
contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre
de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte.
Amén. |
Y el infierno
¿existe? Sí, Jesús nos advierte acerca de él
en el Evangelio, especialmente en la parábola del pobre Lázaro
y del rico Epulón. Y sobre todo en la palabra del juicio final.
« No
podemos estar unidos a Dios si no elegimos libremente amarlo »,
dice el catecismo de la Iglesia Católica. Las palabras de Cristo
son graves:
« El que
no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un asesino
y, como sabeis, en el asesino no permanece la vida eterna. ».
(Primera carta de Juan, c. 3, v. 15)
Jesús
habla de « la Gehenna » del «
fuego que no se apaga ».
(Evangelio según San Marcos, c. 9, v. 43 y 48)
Jesús
anuncia que « enviará a sus ángeles para que
junten a los promotores de iniquidades y los echen a la hoguera ardiente
». El infierno existe realmente y la Iglesia sólo
dice a ese respecto lo que el mismo Jesús ha dicho. ¿Por
qué? El amor de Dios nos previene del drama de carecer de amor,
de dejar a un lado el cielo, la vida eterna. Es un llamamiento
a la responsabilidad con la cual el hombre puede utilizar
su libertad con miras a su destino eterno. Es un llamamiento a la
conversión.
Pero el infierno
no es un rechazo de Dios. Dios no predestina a nadie a ir al infierno,
como lo creyeron, falsamente, los llamados Jansenistas. Para ir al
infierno tendríamos que rechazar voluntariamente a Dios y persistir
hasta el final. Tendríamos que rechazar su misericordia.
Dios quiere,
en efecto, que todos los hombres se salven. Si pedimos sinceramente
su perdón, lo obtendremos: acordémonos del Buen Ladrón.
Dios «
no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión
»
(Segunda
carta de Juan, c. 3, v. 9) |
Por
eso podemos confiar en que todos nuestros difuntos hayan solicitado
esta misericordia de Dios, y orar por ellos a este respecto. Es Dios
mismo quien nos inspira para que oremos por ellos y quien quiere dejarse
vencer por nuestro llamamiento a su misericordia.
Entonces
para ellos, para nosotros, nuestra esperanza es el Cielo,
gracias a la misericordia de Dios tenemos la firme esperanza de
que ellos y nosotros nos encontraremos en el cielo de Dios.
«
Esta es la morada de Dios entre los hombres.
El mismo será Dios-con-ellos.
Enjugará toda lágrima de sus ojos
y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas,
porque todo lo anterior ha pasado ».
(Texto
cristiano, en el Apocalipsis de San Juan, c. 21, v. 3 y 4) |
Padre Yves de Boisredon y Hervé-Marie
Catta
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