¿Y LAS INDULGENCIAS?
 

 

Si las indulgencias están unidas en la historia de manera particular a los años jubilares, no les están reservadas. La indulgencia procede del amor de Dios que ama a los hombres y que quiere que todos los hombres tengan acceso a la felicidad eterna. Allí donde el pecado (la falta de amor) abunda, la misericordia de Dios, es decir, su amor y su perdón, sobreabunda. Pero, ¿qué son las indulgencias?

La indulgencia es la remisión delante de Dios, dice el Catecismo de la Iglesia católica, de la pena temporal (las deudas de las que tenemos que librarnos) debida a los pecados de los cuales la falta ya está borrada, es decir, perdonada. Si yo robo a un comerciante, y él me perdona, la falta está borrada. Pero tengo una deuda con él: tengo que devolverle, en un espíritu de justicia y de amor, el objeto robado, y si es posible reparar las consecuencias negativas de mis actos (los cristales rotos, por ejemplo) para ser liberado. Es similar con las indulgencias, con la diferencia de que Cristo, por el don de su vida sobre la cruz y su resurreción, lo ha hecho ya por nosotros con todos los santos que, por amor, se han asociado a El.

"A los que se les perdona poco muestran poco amor, a los que se les perdona mucho, muestran mucho amor", dice Jesús a uno de sus amigos. Para hacernos crecer en el amor, la Iglesia, fundada por Cristo para continuar su misión, indica las condiciones particulares y determinadas para obtener esta indulgencia de Dios. Por la indulgencias, sigue el Catecismo de la Iglesia católica, "los fieles pueden obtener para ellos mismos, pero también para las almas del purgatorio, la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados." El amor de Dios no tiene límite...

¿Cómo obtener las indulgencias?

Siempre necesitamos la ayuda del Salvador y de su Iglesia, nuestra familia espiritual para liberarnos de las secuelas, de las huellas, de las cicatrices del mal que hemos cometido. Además de las condiciones habituales, es decir, recibir el sacramento de la reconciliación, participar en la Eucaristía, etc., (las mismas que durante el año jubilar), es necesario hacer un acto concreto. Damos aquí unos cuantos, sacados del Manual de indulgencias, promulgado por Pablo VI (reeditado con algunas adaptaciones el 17 de diciembre de 1999):

  • Una lectura de la Santa Escritura de al menos media hora.
  • Un tiempo de adoración del Santísimo de la misma duración.
  • La renovación de las promesas del bautismo durante la Vigilia Pascual.
  • La veneración de la Cruz a lo largo de la liturgia del Viernes Santo.
  • Un retiro de tres días.
  • La bendición solemne del Papa, incluso radiotelevisado (en Navidad, por ejemplo).
  • La recitación comunitaria del rosario.
  • La oración en una Basílica, el día de la fiesta propia.
  • Cuando se realiza una peregrinación en grupo hacia un santuario.
  • Haciendo, una vez al año, una pergrinación individual a un santuario.

El tesoro de las indulgencias queda abierto de un modo muy amplio. Recordemos la llamada de atención de Juan Pablo II: "Los que piensen poder recibir este don por el simple cumplimiento de actitudes exteriores se equivocan. Por el contrario, éstas se piden como expresión y apoyo del camino de conversión. Manifiestan en particular la fe en la abundancia de la misericordia de Dios y en la maravillosa realidad de la comunión que Cristo ha realizado, uniéndo de manera indisoluble la Iglesia a sí mismo, como su Cuerpo y su Esposa." (Audiencia del miércoles 29 de sepriembre de 1999)

Testimonio

Hace algunos años, me enteré de la muerte de un tío que vivía en el extranjero. Era un señor mayor cuyas relaciones con la Iglesia databan de hacía mucho tiempo. Desde hacía mucho, yo tenía la intención de hacerle una visita con mi mujer. Año tras año, por diferentes razones habíamos anulado el viaje. Al enterarme de su muerte, yo me culpabilicé por no haber dado ese paso que me hubiera permitido de hablarle de nuestra fe en Dios pues él estaba buscando a nivel espiritual. Ahora que estaba muerto, me preguntaba qué podía hacer por él. Entonces un sacerdote que conocía me habló de las indulgencias (la Iglesia estaba viviendo en ese momento un año jubilar) que se podían pedir no sólo para sí mismo, sino también par un difunto. Decidí entonces hacer todo lo necesario para obtener una inndulgencia.

Mi mujer y yo hicimos una peregrinación y nos confesamos. Asistimos a misa, comulgamos y le pedimos a Dios de todo corazón que le diera su misericordia. Este paso fue para nosotros también la ocasión de acercarnos a Dios. Al cabo de algunos meses, el cuerpo de este tío anciano fue repatriado a Francia y una ceremonia religiosa tuvo lugar, a la que asistieron varios miembros de nuestra familia, de diferentes generaciones. Entre ellos, dos personas que estaban "enfadados a muerte", como dice la expresión. Dirigiéndome al difunto, hice esta oración: "Yo he pedido una indulgencia por ti. Ahora te pido que reces por la reconciliación de estas dos personas". Y en el momento en que el ataúd era enterrado las dos personas empezaon a hablar... Y la reconciliación empezada ese día delante de la tumba dura hoy, después de varios años.

Jorge


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