¿COMO PREPARARSE PARA VIVIR BIEN LA MUERTE?

 
     

 

Los no cristianos también se preparan a la muerte, no sólo los que creen. Con la cercanía de la muerte hay como una preocupación natural de hacer la luz en nuestra vida. Esto se expresa primero con el deseo de dejar a los que nos rodean sin grandes dificultades financieras si es posible, de arreglar la "sucesión"; de acabar una obra intelectual, económica o artística; de dejar en buenas manos una empresa o una asociación pero también de zanjar los problemas que podemos tener con personas de nuestra familia o incluso con otras personas. Esto conduce a veces a peticiones de perdón, a una reconciliación del padre o de la madre con uno u otro de sus hijos.

Por eso, dicen los médicos y todos los que participan en los cuidados paliativos o en el acompañamiento de los moribundos, que los últimos días, los últimos instantes no se le pueden "robar" a la persona al final de su vida. Por eso también los cristianos están convencidos de que la ayuda que hay que dar a esas personas en esos momentos es muy importante. Es la hora del último encuentro con el Dios de amor. Incluso una persona que ha declarado al entrar al hospital o en una residencia que no tiene religión, redescubre a menudo el deseo de prepararse a encontrarse con Dios. Ese deseo debe ser acogido y el moribundo espera de nosotros que le ayudemos en ese proceso en el que no sabe o no se acuerda del camino.

¿Llamar a un sacerdote? Sí, siempre que sea posible. El consentimiento de la persona es necesario, por supuesto, pero nos quedaríamos sorprendidos al saber el número de personas que aceptan si se les propone con delicadeza. Yo le agradeceré siempre a mi tía, ya mayor, hermana de mi madre, que le propuso llamar a un sacerdote, mientras que los demás estábamos agobiados con la idea de decírselo. Fue un momento fuerte para mi madre, pero ¡qué sencillo fue todo a partir de ese momento y qué bien vivió sus últimos días! Cuando hay varias personas que se ayudan mutuamente frente a la prueba de la muerte, es mucho más fácil: uno se puede apoyar en la fe de uno, en las oraciones del otro, en la audacia del amor del otro. ¿Ayudar a alguien a morir acercándole a Dios no es hacer lo que se atrevieron a hacer esas gentes de Palestina llevando un paralítico delante de Jesús haciendo un agujero en el tejado?

Contrariamente a una opinión muy extendida y a un cierto número de bloqueos a nivel práctico, los hospitales franceses están obligados legalmente a facilitar a los enfermos y a los moribundos la posibilidad de "vivir" sus convicciones religiosas. Y muchos, entre los miembros del personal sanitario, tienen un respeto tan grande de la persona que va a morir que, incluso si no son creyentes, llamarán al capellán si el enfermo o la familia lo han pedido. Me acuerdo de un señor mayor muerto en un hospital durante la noche, más deprisa de lo que se esperaba. La enfermera le dijo a la familia: "Al llegar al hospital, había dejado un papelito escrito desde hace mucho tiempo encima de la mesilla: "En caso de peligro, llamar a un sacerdote". Durante la noche, cuando vi que estaba muy mal, mis ojos vieron ese papel e hice lo necesario para llamar al capellán."

Lo que hoy se llama "la unción de enfermos" se propone mucho antes de la muerte, si la persona tiene una enfermedad grave, aunque no sea mortal, o antes de una operación importante, o simplemente a una persona mayor que lo pide, porque quizá no tenga la posibilidad más tarde por un debilitamiento de sus facultades. Por este sacramento no sólo se pide la curación, sino que es una preparación anticipada para la hora de la muerte. Puede pedirse varias veces. La ventaja de haberlo recibido ya en un periodo menos crítico es que tenemos menos miedo de pedirlo y recibirlo al final de nuestra vida.

Hay también otro sacramento: la confesión (o sacramento de la reconciliación). Cuando comenzamos a pedir perdón a Dios de nuestras faltas nos abrimos a la reconciliación con los hombres.

Cuando es imposible hacer venir a un sacerdote, cada cristiano, cada persona de buena voluntad puede ayudar al moribundo, asistido por la gracia de Dios.

Una señora, del equipo de pastoral de un hospital que visitaba a los enfermos, dudaba un día en entrar en la habitación de una mujer mayor. ¿Era prudente? Abrió por fin la puerta, después de hacer una oración y le dijo tímidamente: "Señora, vengo a hablarle de Dios, ¿le gustaría?" "Oh, sí, respondió la señora, ¡hábleme del Cielo! Sabe usted, tengo más de 90 años, me dicen que voy a ir a tal sitio a descansar, y hacer otra cosa. Pero nada de todo eso me interesa ya, yo quiero pensar en el Cielo."

En un accidente, una señora se encontraba al lado de un hombre, aplastado por una chimenea que se había caído. Mientras llamaban a la ambulancia, recitó en voz alta simplemente un ave María, que elmoribundo continuó con ella. Cuando se ama y se cree en el amor de Dios por todos los hombres siempre hay algo que hacer.

Testimonio

Un día, sin saber por qué, empecé a rezar el rosario. Mis ojos se fijaron en la crucecita de mi rosario. Tuve como un extraño presentimiento...

Al día siguiente, vi una ambulancia de urgencias, con las sirenas encendidas, que pasó delante de mí. Me puse a rezar por la víctima del accidente pidiendo a Dios que la sostuviera. Pensé en ese momento que debería hacer eso más a menudo. No sabía en ese momento que era mi padre el que iba a ser atendido por ese servicio de urgencias... Su muerte fue brutal.Sin embargo, yo vi en esa coincidencia la mano de Dios. Eso me ha ayudado mucho a sobrellevar el dolor de la muerte de papá y a creer más en el poder de la oración.

Ana María


 
 

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