¿ COMO HACER "SU
DUELO"?
|
Aceptar la muerte no es natural. Ante la muerte de una persona cercana, hay que hacer un trabajo en sí mismo. Es todo un trabajo que nos hace recorrer, a cada uno a su manera, varias etapas: del rechazo a la aceptación con paz, pasando por la rebeldía, el chantaje, la depresión. De todo duelo podemos hacer una fuente de vida. Aprender a perder En lo que se ha convenido en llamar "trabajo de duelo" se identifican tres etapas. No se encuentran sólo en el duelo radical, que es la confrontación a la muerte del otro, sino también las "pequeñas muertes" que la vida nos impone: enfermedad grave, separación, traslado, pérdida de trabajo, por ejemplo. Vivir es aprender a perder, a morir un poco. Si atravesamos sin dificultades esos pequeños duelos, los verdaderos duelos son abordados con una mayor estabilidad interior. Pero eso depende de la historia de cada uno, y de la manera en la que es acompañado. Cada duelo es único. La negación Al principio, se manifiesta una negación de la realidad: " No es posible, lo que me pasa no es verdad, no me lo creo..." Ese rechazo para no aceptar la realidad constituye una especie de autodefensa delante de lo inevitable. Toda nuestra energía vital se rebela ante una realidad y pretende negarla. En un primer tiempo, es una reacción sana, normal, frente a lo que llega, pero encerrarse, no llegar a superarla puede convertirse en algo grave. Una vez que que el primer choque ha pasado, la evidencia va a terminar por imponerse. La cólera La negación anterior deja paso a la expresión de la cólera, de la rebelión. Aparece un sentimiento de injusticia, tanto más intenso cuando la muerte es inesperada o los nexos de unión con los difuntos más estrechos: " ¿Por qué a él? Es injusto a su edad, en su situación. ¿Por qué me hace esto? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?..." Esta etapa es especialmente díficil de superar. Quizá porque, confrontados al problema de la muerte, y sobre todo de esta muerte, no tenemo respuesta clara, explicación natural. Buscamos un culpable: Dios, las fuerzas del mal, la sociedad, el cuerpo médico, o nosostros mismos. Estas manifestaciones de agresividad necesitan salir al exterior. Son la expresión de una fuerte carga emocional que tiene que hacerse más ligera. La forma en la que la persona está rodeada, escuchada, reconfortada cuenta mucho. El chantaje La cólera deja paso a una especie de chantaje: "Si reviviera, todo sería diferente, esto no sería así, esta etapa la viviría de otra manera." Se trata de una nueva forma de rechazo de la realidad, pero muy diferente de la primera. Se apega a lo imaginario para integrar lo que ha pasado, pero imaginándose otro escenario. La persona intenta arreglar viejos problemas, mejorar lo que la vivido para librarse de la culpabilidad. La depresión En la mayoría de los casos, el trabajo de duelo pasa a continuación por una fase de depresión. Dolor, desánimo, repliegue sobre sí mismo marcan esta etapa. La evidencia se impone y sus consecuencias aparecen de manera concreta: preocupaciones familiares, soledad futura, dificultades financieras, gestiones administrativas, etc. De nuevo, la calidad de presencia del entorno es determinante para superar esta fase de depresión. La aceptación La última parte del trabajo del duelo es la de la aceptación pacífica. Los grandes combates han pasado, las tempestades se han calmado. Uno se permite vivir sin el difunto y se vuelve a aprender a vivir. La ausencia es real, pero no es total. Se instaura otra relación con el desaparecido. Se acaba la reestructuración interior. De vez en cuando, la emoción puede resurgir, pero no es una ola que arrastra todo tras su paso. Dar tiempo al tiempo En nuestro mundo de lo instantáneo, de lo efímero quisiéramos "librarnos" del sufrimiento lo más deprisa posible. Pero el proceso de curación necesita tiempo. Despreciar las diferentes etapas es correr el riesgo de encerrar la muerte en palabras demasiado rápidas: "Está feliz ahora donde está, nos va a ayudar." Incluso si son verdad, nos piden dar tiempo al tiempo, el tiempo de instaurar una nueva relación con el difunto. Todo lo que ha cambiado desde que se ha ido necesita un nuevo equilibrio. La vida ha cogido su lugar. Amar de nuevo no es traicionar al que se ha ido.
VIVOS CERCA DE NOSOTROS El gran y triste error de algunos, incluso buenos, es el de imaginar que aquellos que la muerte se lleva nos dejan. No nos dejan. Se quedan. ¿Dónde están? ¿En la sombra? ¡Oh, no! Somos nosotros los que estamos en la sombra. Ellos están a nuestro lado, bajo un velo, más presentes que nunca. No les vemos porque una nube oscura nos envuelve, pero ellos nos ven. Tienen sus ojos hermosos llenos de gloria puestos sobre nuestros ojos llenos de lágrimas. Oh, consolación inefable, los muertos son invisibles, no están ausentes. Yo he pensado mucho en lo que podría consolar mejor a los que lloran. Hélo aquí: es el hecho de pensar en esta presencia auténtica e ininterrumpida de nuestros seres queridos, que han muerto. Es la intuición clara, penetrante de que, por la muerte, no se han apagado, ni alejado, ni están ni siquiera ausentes, sino vivos, cerca de nosotros; felices, transfigurados sin haber perdido en ese cambio glorioso ni una sola delicadeza de su alma, ni la ternura de su corazón, ni una sola preferencia de su corazón; habiendo, por el contrario, en sus dulces y profundos sentimientos, crecido cien codos. La muerte para los buenos es una subida en la luz, en el poder y en el amor. ¡Aquellos que, hasta ahora, no eran más que cristianos ordinarios, son perfectos; los que no eran más que hermosos pasan a ser buenos; los que eran buenos son sublimes! Monseñor Bougaud |