El
Sepulcro de Adàn y Eva
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Aquel valle ¿quièn lo conoce? Perdido en alguna parte, al fondo de la Armòrica; permanece tan ignorado como antaño. Salvo para las cinco granjas que lo bordean : Linglay, Rozviliou, Goaremon, Le Bourgneuf y Kerbenes. Para nosotros que habìamos nacido allì, nos parecìa que Rozviliou, la hermosa casa de campo, era el centro de todo aquello. Desde las pequeñas ventanas de arriba de la casa, se veìa el bosque en frente, a la derecha y a la izquierda. Con el antiguo catalejo de cobre, podìamos ver el follaje de los àrboles del bosque, con sus colores verdes delicadamente teñidos por aquì y por allà de amarillo.
Abajo, entre los àrboles, corrìa el arroyo, que brotaba desde la cascada por las praderas de Linglay. Justo al pie de nuestra casa, se le cruzaba sobre una hilada de gruesas piedras que tal vez databan de la prehistoria, pero que a los niños siempre les encantarà saltar. Mas allà, el arroyo se torcìa ampliando un poco el valle, mientras que desde el molino subìa la gran cuesta de Kerbenes.
Por allì habìa menhires, pero el mayor de todos estaba bien arriba en el bosque donde, en aquella època, rebasaba los àrboles.
Era el tiempo en que, caminando hacia aquel famoso "diente de San Servais", yo veìa brillar oro en la arena del camino. Pero los adultos, me acuerdo todavìa, me explicaron que esto no era oro diciendo "todo lo que brilla no es oro".Y, sin embargo, si usted la hubiese visto, la arena de Guellec, con sus lentejuelas dorada... Me quedaban, pues, los menhires...
La guerra habìa terminado hacìa ya dos años, y René Le Boulc'h (pronuncie bien "le bourh"), René pues habìa retomado la pequeña granja de mi abuelo. Y en verano, cuando venìamos de vacaciones, aprendìamos de René el secreto de las cosas que tìa Aliette nos habìa contado de manera demasiado sabia.
Es asì como yo me interesaba mucho en los menhires y decidì hablar de ello a René. Un dìa le dije "René ¿es verdad lo de los menhires que se pasean una hora durante la noche de Pascua y que durante este momento se puede recoger el tesoro?"
¡Naturalmente era verdad! Se contaba eso en muchas historias, incluso en Landerneau y en Vannes, y yo lo habìa leìdo en un libro : pero era un avaro quien lo habia encontrado. Habìa pasado tanto tiempo mirando y desgranando en sus manos las monedas de oro que el menhir habìa retomado su sitio en silencio, y ya no quedò màs avaro.
"Lo que yo quisiera saber, es si tù René ya fuiste allì, o bien si iras un dìa, y si ese dìa podrìas llevarme contigo."
"Ah ! Hervé (René soplaba muy fuerte sobre la H de manera que se oìa casi "Yervé"), eso lo creì mucho tiempo, pero no es cierto, no. Le voy a contar còmo se pasan las cosas en verdad. usted sabe, hace dos años, cuando fuì liberado de Alemania dondo estaba prisionero, un sàbado santo, fuì allì con Job Prigent quien habìa regresado como yo. Este vive en Loquitou, hacia Locarn, en donde el arroyo de Follezou. "Entonces, de noche, fuimos los dos no muy lejos de Rozvilliou, aquì , debajo de Bourgneuf, justo en el bosque de la capilla de San Yves, y allì se veìan muy bien los menhires gemelos, como se les llama. Habìamos llevado con nosotros panqueques y sidra, como usted bien lo sabe, el sàbado santo ya no es cuaresma. Con Job rezamos el rosario pues, Hervé, ya sabe usted, en estos asuntos nunca se està seguro si el diablo no estarà rondando, èl tambièn, por allì, cerca de los menhires. Tampoco se puede saber todo. Pero, de todos modos, no fuè para nada lo que sucediò.
"Despuès del rosario, la noche era hùmeda, y Job habìa traìdo una botella de lambic, esta aguardiente muy fuerte que fabricamos. Y como Job me comentò que esto lo mantenìa bien caliente, asì fué como yo tambièn bebì, hombre. Bueno, el hecho seguro es que nos dormimos.
"Entonces Hervé, cuando sucediò aquello sin dudas que ya era medianoche ; y eso Hervé, yo nunca lo contè, ni el Prigent tampoco, pero era tan bonito que siempre lo recordarè. Tengo que contàrselo a usted para que no se llegue a equivocar sobre los menhires.
Habìa un poco de neblina que subìa del arroyo, pero no era demasiado espesa. Y una luz brillaba sobre la cuesta de Kerbenes donde debìan encontrarse los menhires gemelos. Parecìan moverse justamente, como en el centro de la luz que se perdìa poco a poco en la neblina. "Y, de pronto, le dije a Job : "¿Ves los menhires? " pero Job no pudo contestar y yo dejè de hablar.
Ya no eran menhires. Asì como usted ve el tilo que està aquì, Hervé, habìa un hombre y una mujer que se movìan en la luz como si levantaran sus brazos. Y se pusieron a cantar, la mujer con una voz muy alta, el hombre con una voz muy baja, como la de los Rusos, o como el harmonio de Duault, cuando funciona, y que el viejo Herviou acompaña el Credo, pero en mas lindo. Imposible de decir eso, Hervé. Y la mujer cantaba, y cantaba cada vez mas alto, con una voz clara, emocionada, expresando una alegrìa que subìa con las notas... Ah, apenas podrìa decir un poco de lo que decìa en bretòn, pero en francès es màs dificil aùn."
Aquì estan las palabras, tal como René me las contò aquel verano de 1947 :
"Oh alegrìa de mi vida, alegrìa para siempre Alegrìa para mis hijos en todos los milenios, Alegrìa sobre el mundo y en el cielo, Adàn, qué hice para merecer la alegrìa de que mi nieto sea nuestro Redentor, Si, aquí està, el hijo de nuestros hijos y de nuestras hijas, el hijo de Marìa, Hijo del hombre e Hijo de Dios, aquì està al fin mi Salvador que nos ha sacado del sepulcro."
René decìa tambièn que Job y èl no habìan podido soportar, en fin la palabra no es exacta, que habìan quedado desbordados, paralizados por el canto que de octava en octava subìa. Se habìan desmayado, dormidos sin dormir, y se habìan despertado màs tarde en la humedad de la noche. La luz habìa desaparecido, los menhires gemelos habìan vuelto en su sitio en su velada inmemorial, sepulcros de piedra levantados hacia el cielo donde Adàn y Eva habìan vuelto a subir.
Años, muchos años màs tarde, medio siglo tal vez, volvì a recordar esta historia. Habìa permanecido oculta en algùn recòndito de mi memoria, allì donde las cosas sòlo se despiertan con la señal de una gran pena o de una alegrìa extraordinarias. Era en la Abadìa de Sylvanes cuando aquel mùsico de la Liturgia, André Gouze y su equipo nos habìan cantado el Salve Regina de los monjes del Aubrac. Salve muy antiguo con voces heroicas que subìan gravemente hacia las bòvedas cistercianas. Entonces, como en el valle de Kerrangle, como René Le Boulc'h, escuchè de pronto Adàn y Eva cantar la alegrìa de la Resurrecciòn.
Regresè al valle de los menhires. Vì la cuesta que sube hacia el bosque inmenso donde terminan de desgastarse los montes hercinianos. René ya no està allì. En la pequeña granja de Rozviliou, el viejo acebo que èl ya no poda mas extiende ahora su sombra sobre la casa. Pero cuando miro los menhires gemelos, veo. Y digo estas palabras que se quedaron en el fondo de mi garganta desde la infancia :
"¡Adàn! ¡Eva! ¡ Èl os ha resucitado !"
Hervé Catta, noviembre de 1995
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