50 cuestiones
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El amor, más fuerte que la muerte

 

Testimonio

Nací en una familia de católicos practicantes, que me enseñó desde la más tierna infancia, lo que conviene a una "chica respetable". A los 15 años, la moral no me asustaba y me parecía justificada. El pudor, la abstención de relaciones sexuales antes del matrimonio, representaban la autoprotección que abría la vía a la estabilidad afectiva, a una familia equilibrada : en suma, a una vida normal.

Vivir juntos sin casarse

Más tarde, fuera del ámbito familiar, la realidad social hacía inaplicables estos principios. En mi entorno, la mayoría de los jóvenes vivían juntos sin casarse. Quitando algunas excepciones, los grandes problemas de las chicas eran : ¿cómo evitar atarse a alguien ? o : ¿cómo escapar de la soledad y encontrar una relación duradera ? Tenía dos opciones: aceptar quedarme sola o entrar en el círculo. Y entonces, incapaz de conciliar mis sentimientos y mis valores morales, me dejé arrastrar por las circunstancias. Tenia que vivir en mi época. Por eso, mi amigo y yo empezamos a vivir como marido y mujer. Él estaba sólo bautizado y no entendía nada de los "tiquismiquis" de mi educación. Psicológica y afectivamente, me parecía inconcebible renunciar a él y al modo de vida que me proponía. Me convertí en una chica como las otras, diciéndome a la vez : "vivimos juntos de forma provisional; sólo durará el tiempo que estemos estudiando y después nos casaremos". Era católica "a medias", seguía yendo a misa y rezando para que nuestra situación evolucionara.

¿Qué hacer con este hijo ?

Nuestra relación se deterioró. Él incluso era infiel y después me decía : "No te engaño, porque no estamos casados", o bien, "No soy peor que los demás, soy como todos los chicos". Mi debilidad me permitió perdonarle, considerar normales estas desviaciones : es joven, acabará por madurar y comprender. Todos los chicos son unos libertinos que se estabilizan un día u otro.

Era tan ingenua que incluso rezaba por su conversión. Pero mi insatisfacción crecía, el engaño y la amargura me carcomían el corazón. Después llegó lo inesperado : lo que el médico había diagnosticado como una gastroenteritis era en realidad un embarazo. Fue el día más hermoso de mi vida que, lamentablemente, se convirtió pronto en una pesadilla. Mi estado me dio la ocasión de descubrir un nuevo aspecto de mi compañero. Algunos años antes, me había dicho que estaba en contra del aborto, pero, puesto entre la espada y la pared, confesó que era incapaz de asumir una paternidad y me pidió que abortara.

Mi disgusto se transformó en pánico y odio y lo mismo le sucedió a él. Tenía una semana para decidir si hacerlo o romper este "noviazgo prolongado" en que engullía. Si continuaba, no encontraría ninguna razón para conservar al hijo, que amaba y con el que soñaba desde hacía tantos años. Lo estaría condenando al sufrimiento de un padre ausente, al desprecio de mi familia, a privaciones materiales.

Ya no soportaba a su padre y, egoístamente, no veía como podría rehacer mi vida con un hijo ilegítimo. En cuanto a los sentimientos causa de mi perdición, no tenía ya ninguna razón para tenerlos en cuenta. Con la muerte del alma, decidí, pues, "salvarme" a toda costa.

Parecí humanamente imposible escapar a esta trampa; no me quedaba más que la bestialidad, convertida en aséptica por el médico y pagada por la Seguridad Social...y mis oraciones no habían dado fruto alguno.

Dios me condenará

Después de la intervención, estuve muerta por dentro durante más de un año. Me acuciaban las preguntas ¿Como había llegado a este punto ? ¿Cuando había empezado a deslizarme por esta pendiente ? ¿Dónde estaba el Dios al que yo había rezado desesperadamente ? ¿Quién me había "salvado" en la desgracia ? ¿Por qué tantas mentiras sobre la Providencia y tantas falsas promesas de la escuela de monjas? ¿Dónde estaba el hijo que yo seguía amando y cuya ausencia me torturaba ? El miedo hacia eco con mi rebeldía : Ahora que me he condenado por un crimen mayor que el adulterio, ¿qué castigo puede enviarme Dios aún ? Caí en un circulo infernal. Ni tan solo la confesión, me liberaba del sentimiento de ser perseguida por la fatalidad. Entonces, ¿para qué vivir ?

Un día, mirando un crucifijo, me di cuenta súbitamente de que el Dios que había sufrido una muerte inocente y abominable por los pecados del mundo, por de los míos también, no podía condenarme. Darme cuenta de esto me impresionó mucho. Conocí entonces a unos jóvenes y entré en un grupo de oración. Allí, a pesar de estar tentada por la muerte, el Señor me dio una alegría incomparable. Él me iba reconstruyendo imperceptiblemente...

Unos amigos me aconsejaron que peregrinara a Paray-le-Monial. Acepté, con la esperanza de encontrar a Dios. En un grupo de reflexión, mientras que la gente rezaba, encontré a Jesús misericordioso lleno de amor. Me di cuenta entonces, asombrada, de que es una persona y de que me amaba; que nunca había dejado de hacerlo, incluso en los peores momentos cuando me había alejado de Él. Él era el Amor que yo había estado buscando durante tantos años...La importancia de mis pecados y lo infinito de su misericordia me conmovieron.

Él es mi pastor

Este descubrimiento fue decisivo y mi vida tomó un nuevo rumbo. El destino dejó paso a la Providencia. Me parecía más claro ahora que mis deseos de fundar un hogar eran legítimos, a pesar de las presiones sociales. Mi error fue no tomar decisiones contando con Dios y llevar una vida conforme con mi bautismo, antesde elegir un cónyuge. El objetivo de mi existencia era servir a Dios y no intentar incluirle a la fuerza en mis proyectos. Él mi Pastor y yo su oveja y no al contrario.

Lo más difícil es recordarlo día a día : perdonar a los que nos han ofendido, perdonarse a uno mismo por los propios errores; dejarse perdonar y amar por Dios tal como somos y en el momento en que nos encontramos.

Sofía


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