50 cuestiones
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¿Y la reencarnación?

Hoy día se vuelve a descubrir la reencarnación a través de las diversas religiones orientales. Así, por ejemplo, en el cántico del bienaventurado Krishna (el Bhagavad Gîtâ) leemos: "Al igual que un hombre deja sus vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el alma, despojándose de sus cuerpos usados, se une a nuevos cuerpos." (2,22)

Según estas religiones, la vida humana es como un eterno comienzo en el que el alma es una parte del Todo, y en el que el cuerpo no es más que un vehículo (yâna) transitorio.
Este encadenamiento de vidas se interpreta de forma bastante diferente en Oriente y Occidente.

Los sabios y maestros de Oriente desean romper la cadena de sucesivos renacimientos para fusionarse con el Absoluto. Es la última etapa: la "entrega" (moksha) de los hindúes, la "extinción" (nirvana) de los budistas, o la "iluminación definitiva" (satori) de los monjes zen de Japón.

En cambio, los que en Occidente creen en la reencarnación consideran esta doctrina como la oportunidad de realizar lo que no ha sido posible en una sola vida. Y todo ello, de forma indefinida: como si siempre fuera posible "repetir" curso.

Elegir esta creencia supone, al mismo tiempo, optar por toda una forma de ver la vida, Dios, el hombre, la propia libertad. Conviene, por lo tanto, conocer bien a qué se compromete uno.
En todo caso, en la idea de reencarnación se subrayan dos aspiraciones importantes: purificarse del mal, y vivir eternamente en presencia de la divinidad. Estas aspiraciones son bellas. La cuestión es saber si aquí encontramos una respuesta sólida. Lo queramos o no, en cualquier caso, exite la perspectiva de la destrucción de nuestra persona. En cuanto a la purificación del Mal, qué mejores medios podríamos encontrar en una hipotética vida futura para liberarnos de él en el presente.

La vida nueva que Jesús nos promete no es otra vida: es una eternidad de alegría y de amor, eternos, es decir, ¡para siempre! Y Cristo puede liberarnos del Mal porque es Dios: puede, si queremos, recrearnos de nuevo con su perdón; conocemos bien nuestra incapacidad para romper nosotros mismos nuestras cadenas.
La vida humana no consiste en perder apego a la vida, en no hacer nada, sino que por el contrario, consiste en la búsqueda de lo que es bello, bueno y verdadero.

« Por tanto, la voluntad de mi Padre,
que me envió,
es que todo aquél que ve o conoce al Hijo,
y cree en él,
tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el tercer día. »

(Jn 6, 40)

Testimonio

Hace algunos años leí un libro que explicaba que Dios es un Todo y que nosotros dependemos del Cosmos como una botella de agua arrojada al océano. Es necesario romper el vidrio de la botella (que no es sino nuestro "yo", nuestro orgullo, nuestro egoísmo) para poder alcanzar a Dios, disolvemos en Él.

Siguiendo los consejos de numerosos expertos probé todas las técnicas que proponía: yoga, haikido, kendo. Luego el hinduismo, la meditación trascendental, la zazen y, finalmente, el zen japonés.

Por todos lados se nos prometía la felicidad, el amor universal, el poder del espíritu sobre la materia ("satori", el "nirvana") si llegábamos a alcanzar el "despertar". Se nos hablaba de la ley del karma que explica que las dificultades que vivimos en nuestra vida son debidas a las malas acciones de nuestro pasado o de nuestras vidas anteriores. La causa es que, cuando morimos, nos reencarnamos según la conducta de nuestra vida, en el cuerpo de una persona más o menos sabia o de un animal.

Como acababa de pasar por experiencias dolorosas, me gurú me explicó que sin duda yo había sido un gran criminal en una vida anterior. El único medio de romper el círculo vicioso era salvarme a mi mismo practicando el zen japonés, la técnica aparentemente más radical y rápida y, al mismo tiempo, la más dolorosa. Al cabo de dos años llegué a hacer ¡hasta 18 horas de zen al día! Esteba dispuesta a entrar en un monasterio de zen japonés algunos meses después.

Una tortura interior

Mi gurú, que conocía toda una red de médiums, videntes, curanderos, radioestesistas, etc. y pensaba que yo poseía una predisposición para eso, me inició en los dones de la videncia y de curación. Descubrí el mundo del ocultismo y del esoterismo y me sorprendió constatar cuantos de todos estos hombres y mujeres, que poseen a veces dones espectaculares, de quien se apropia, a través de oraciones ocultas -a menudo por una "consagración"- Satán, están torturados interiormente por la angustia.y el miedo a la muerte. Muchas veces esconden sus juegos ocultos detrás de palabras cristianas y no dudan en colocar en la sala dónde reciben a los enfermos estatuas de la Virgen o de los Santos. Si a veces curan los cuerpos, es a costa del alma del enfermo.

Un accidente revelador

Un día iba en autobús justo detrás del conductor. Una anciana cruzó la calle sin mirar y el autobús la atropelló. Inmediatamente los peatones y pasajeros se precipitaron para socorrerla pero yo me quedé en mi asiento, concentrándome con todas mis fuerzas en el movimiento de mi diafragma, tal como me habían enseñado, para no dejarme emocionar...

Pero la paz que obtuve ¿no era completamente superficial y egocéntrica? ¿No me estaba volviendo completamente impermeable al sufrimiento ajeno?

Este acontecimiento me hizo darme cuenta de que estaba en el camino equivocado

Sara


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