50 cuestiones
50 cuestiones
¿Cómo estar seguros de que podremos ser fieles toda la vida?

No se trata de saber si el día de mi boda, estoy seguro/a de que se seré feliz toda mi vida, sino más bien de preguntarse si estoy convencido/a de que el hombre o la mujer de mi vida es el/la que he elegido. Estamos llamados a renovar cada día el compromiso asumido en la Iglesia el día de nuestra boda, cada día debemos decir: Sí, me entrego a ti y te tomo libremente. Ser fiel, es hacer crecer juntos esta entrega mutua que comenzó el día de nuestra boda y que no dejará de crecer durante los años que pasemos juntos. Hace falta tiempo para crecer, para construirse. Se trata de un proyecto que tenemos que diseñar juntos. Amar es poderle decir al otro: Pase lo que pase, estaré contigo, en la alegría o en la tristeza.

La fidelidad es el testimonio de una mujer que perdió a su marido tras 50 años de vida en común y que nos decía: ¡Teníamos aún tantas cosas que decirnos... ! El camino de la fidelidad se recorre creyendo en el otro, compartiendo esperanzas, preocupándose por él, aceptándole día tras día. El camino es a veces difícil, duro pero nos proporciona alegrías y nos ayuda a evolucionar como personas.

No obstante, quien es fiel no está libre de tentaciones. Al ser la fidelidad un camino, una construcción, es necesario establecer marcas que nos ayuden a seguir siendo fiel. Mostrarse indiferente con nuestra pareja destruye la felicidad. Decir no tengo tiempo, mi carrera, realizarme, el deporte, la música... es lo primero, o bien, anteponer amigos y relaciones sociales ; querer preservar la propia libertad, reservar los espacios propios de libertad, etc. hace que poco a poco la comunicación deje de existir. Cada uno vive su vida, en lugar de compartirla y es entonces cuando, insatisfecho y frente a las múltiples tentaciones de la vida, se puede caer en la tentación de romper la promesa de fidelidad.

Debemos mantenernos en guardia, estar atentos a lo que sentimos, a lo que miramos, a lo que decimos para preservar nuestra fidelidad como se guarda un preciado tesoro. Las tentaciones del mundo son fuertes: pornografía por doquier, transformación del acto sexual en algo banal, búsqueda del placer por el placer, modas provocativas, películas que predican la infidelidad sexual, etc.

Son tantos los desórdenes que pueden afectar nuestra fidelidad. Prometerse fidelidad se convierte en una audacia, la fidelidad corre un riesgo por el que sólo Dios, eternamente fiel, puede responder. Cuanto más amemos a Dios, mayor será nuestra fidelidad.

El sacramento del matrimonio es una fuente inagotable de fidelidad, a la que podemos acudir cada día. El amor, que tiene a Dios como origen, puede superar con éxito el desafío de la fidelidad si no se olvida nunca la palabra que Jesús dirige a cada uno de nosotros: Estad ciertos que yo mismo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos. (Mt. 28,20).

Testimonio

Sentados uno al lado del otro, en la cima de un monte de nuestra región, contemplamos en silencio el valle y el magnífico panorama que nos rodea. Las horas de camino que acabamos de recorrer juntos son una imagen de nuestro caminar como pareja. La verdad es que la montaña sigue enseñándonos qué es la vida, desde el viaje de novios, cuando seguí tus pasos por las cuestas más duras. Nuestras excursiones por valles y glaciares constituyen la ocasión para hacer un balance antes de emprender un nueva etapa.

Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta del largo camino recorrido desde los primeros tiempos en que compartimos sueños y de proyectos.

Al principio quise hacerte mío, transformarte, hacerte a mi gusto para convertirnos en una sola persona. Fueron necesarios años de discusiones, peleas y malentendidos para comprender que tú y yo no éramos la misma persona. Entonces, comencé a aceptar que eres diferente y a amar tus diferencias.

Topé con tu inteligencia. No entendía por qué no pensábamos igual y ni por qué cuando hablábamos con los amigos, no estabamos nunca de acuerdo. Después, poco a poco, empecé a escucharte y he descubierto que podíamos ser complementarios. Juntos expresamos una verdad mucho más rica.

Al principio de nuestro matrimonio a menudo me encerraba en mí misma cuando no entendías lo que sentía. No estaba para bromas y me enfadaba por tu falta de tacto. Tuve que aprender a expresar más claramente lo que deseaba...

Ahora no pasa una semana sin que no dediquemos un momento a hablar y a poner en común nuestras opiniones.

El día de la boda rogamos a Dios que nos ayudara a sernos fieles. Sin embargo hubo un momento en que creí que ya no te quería. Había dejado de sentir el entusiasmo de los primeros tiempos, empecé a interesarme por otro y tuve la tentación de tener una aventura. Pero en el fondo de mi corazón conservaba el compromiso del primer día. Tuve una depresión pero tras un año infernal, descubrimos los grupos de oración de la Renovación y recobramos una esperanza. Rogué al Señor y él me alejó del abismo. Estábamos salvados. Me perdonaste y nuestro amor surgió de nuevo y cada día que pasa te vuelvo a elegir.

Te reprochaba que no me regales flores. Pero ahora me doy cuenta de los pequeños detalles que tienes conmigo son flores que se han convertido en un gran jardín.

Hemos aprendido a ser una sola persona. El ardor, torpe a veces, de los primeros años se ha transformado en cariño y cada uno intenta encontrar la felicidad del otro.

Como nos habían educado de formas muy diferentes, cuando tuvimos hijos también tampoco nos pusimos de acuerdo sobre la manera de educarles. Yo era posesiva y a veces tenía una venda en los ojos hasta que vi que lo importante que era que nos apoyáramos mutuamente y que confiáramos en el Señor para hacer bien las cosas. Ahora que los más mayores ya son adultos, me doy cuenta de cuánto nos ha ayudado Dios.

Laura


Testimonio

Hace dos años, mi marido que en gloria esté nos dejó a mi a mis tres hijos para unirse con el Dios que tanto había buscado en vida. Su ausencia física no hace menos real su existencia, una existencia diferente, en otro lugar en una forma que sólo se puede ver con los ojos de la fe. A pesar de que la separación tras ocho años de matrimonio me afectó mucho, hoy doy gracias al Señor por los años que hemos compartido. Constituyen una herencia imperecedera que aún continúa dando unos frutos. Creo que estas gracias resultan del sacramento del matrimonio, a través de él, Dios penetró en nuestro amor conyugal con su amor trinitario, haciendo que nuestra pareja participara en la alianza eterna que él estableció con la humanidad en Cristo.

Isabel


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