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¿Sólo hay una persona hecha para mí?
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La pregunta es, a la vez, un sueño y una inquietud. La persona con quien estoy, ¿estará realmente hecha para mí?, ¿existe la persona de mis sueños? Y si existe, ¿cómo voy a reconocerla?
Estas cuestiones son
casi inevitables. Cuanto más conocemos al otro, más cualidades
descubrimos en él, pero también más defectos. Nos damos
cuenta, también, de que se trata de un compromiso absoluto, definitivo
¿Y si me estuviese equivocando?, ¿y si no fuera él o ella?,
¿y si nos ciega la pasión y una vez casados nos damos cuenta
de que nos hemos equivocado?.
Tenemos tendencia a imaginarnos al hombre o a la mujer ideal: debe ser así, tener tal aspecto y tal carácter y, sobretodo, ¡no debe ser así ni asá! Muchas veces, en lugar de aceptar al otro tal como es o aprender a conocerlo, buscamos en él/ella el ideal que nos hemos imaginado.
Para darse cuenta de
que se está hecho el uno para el otro hay que darse tiempo para conocerse
bien: compartir lo más profundo de nuestro corazón, aceptar
que el otro sea diferente, etc. También es bueno plantearse juntos
ciertas cuestiones: ¿seremos capaces de superar la rutina de la vida
cotidiana?, ¿podremos afrontar juntos los grandes problemas de la vida?,
¿nos amaremos lo suficiente para soportar nuestros defectos?.
Sólo si somos conscientes de todo esto, podremos elegir con total libertad y decir: sí, es con él o con ella con quien quiero pasar mi vida, tener hijos, crear una familia. Sólo entonces la elección de nuestra pareja, que supone un compromiso total y definitivo, se realizará con la confianza y esperanza necesaria.
Sin embargo, a veces
hay que saber cortar una relación si se llega a la conclusión
de que no se está hecho el uno para el otro, de que no se podrán
superar las diferencias sociales, culturales, de edad, de caracteres o si
no se aceptan las limitaciones del otro, etc. No se puede dar el paso del
matrimonio por razones tipo: yo quería casarme a toda costa y tener
hijos, todo se arreglará una vez casados, le gustaba a mis
padres, etc. No se debe ceder ante la presión social y familiar,
se debe superar la tendencia a idealizar al otro, a convertirle en un sueño
y no sucumbir a la dependencia sexual que se crea rápidamente.
Pronunciar el
sí quiero es una decisión que afectará a toda nuestra
vida, a la de nuestra pareja y a la de los futuros hijos. Por esta razón,
podemos decir que el matrimonio, si bien es punto de partida para la vida
en común, es también el mar donde desemboca el discurrir de
nuestra vida de pareja, un camino en el que nos damos cuenta de que estamos
hechos el uno para el otro.
Testimonio
Antes de conocernos, los dos teníamos el deseo de fundar una familia y de permanecer puros en cuerpo y alma en espera del otro. Sin embargo, esto no nos impedía buscar nuestra alma gemela y preguntarnos: ¿será él?, ¿será ella?. Ya hacía cuatro años que nos conocíamos, teníamos el mismo grupo de amigos y habíamos hecho muchas cosas juntos sin que hubiera pasado nada entre nosotros. Los dos nos volcábamos en los demás. Pero un día sin saber ni cómo ni porqué, cuando ni uno ni el otro había conseguido tener éxito en su búsqueda particular, lo vimos claro y todo empezó de una manera tan natural y tan simple que rápidamente comprendimos que estabamos hechos el uno para el otro. Nuestro rápido acercamiento parecía de lo más normal y claro. Como éramos amigos, crecía nuestra intimidad, la atracción que sentíamos uno por otro así como la atención que nos prestábamos. Tuvimos realmente la impresión de haber recibido un regalo y no de haber robado nada. Así fue como nos hicimos novios y después nos casamos: es una hermosa aventura de amor que durará toda nuestra vida.
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